Mujeres, Paz y Seguridad: Mujeres guerreras que buscan la paz
Por Unidad de Investigación Periodística del Politécnico Grancolombiano*
Entre los perfiles relatados en el especial se incluyen, entre otros, el de la vicepresidenta Francia Márquez, la excongresista Juanita Goebertus, o la exguerrillera Vera Grabe. Foto: UIP
Por décadas, las voces de los hombres han primado en la narrativa del conflicto armado colombiano. Desde la academia, el arte, los medios, hasta los actores de la guerra, los relatos han venido más de ellos que de ellas.
Basta observar el icónico grupo de violentólogos que en 1987 intentó explicar las violencias que vivía el país: todos hombres; y a la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, conformada 25 años después durante el proceso de paz con las Farc, por 12 expertos; solo una mujer hacía parte del equipo: María Emma Wills.
No obstante, en los pliegues del conflicto armado habitan otras mujeres que desde sus diversos roles han aportado para el entendimiento y la pacificación del conflicto, a partir de la investigación social, académica y periodística, así como desde la fotografía, la política y el activismo social.
Mujeres que han trabajado desde el silencio de sus escritorios, bajo la niebla de las montañas, a orillas del mar; otras, acompañadas por el sonido de las salas de redacción, la bulla de domingo en los pueblos colombianos; o en medio de los escabrosos ruidos de la guerra, y del silencio que dejan las muertes violentas.
Este especial busca visibilizarlas. Mostrar el tejido de sus vidas para comprender cómo los hilos de la guerra y de la paz constituyen sus propias existencias, y cómo desde allí se extienden a quienes por cualquier camino, experiencia o medio se han encontrado con el resultado de sus trabajos, de sus luchas; con lo que han contribuido a la comprensión, la discusión, la explicación, la defensa de los seres humanos; para intentar transformar la siempre compleja realidad colombiana.
“Creo que el mayor temor para mí es que la gente siga eligiendo a los mismos perpetradores de la violencia”: Francia Márquez Mina
El primer sueño de Francia Márquez no fue ser presidenta de Colombia. Hubo un tiempo en el que quiso ser actriz y representar a través del teatro todo lo que ha vivido ella y su comunidad, el desamparo y la digna resistencia con la que se han sobrepuesto.
En su niñez logró reconocerse, a través del arte, con orgullo, como mujer negra. Esa experiencia le permite asegurar que a través del arte es posible transformar al país. De su comunidad es la mujer negra que más lejos ha llegado en el vertiginoso campo electoral, porque a ella la vida la condujo al escenario político.
Como la mayor de 11 hijos de la unión que tuvieron sus padres, Francia está acostumbrada a una “familia extensa”: creció entre primos, tíos, primos hermanos; los Mina, los Lucumí, los Balanta o los Márquez que le enseñaron a pensar en comunidad y hacer vínculos en medio del proceso organizativo y comunitario.
A los 16 años quedó embarazada de su primer hijo. Tuvo que dejar el colegio y ponerse a trabajar en una mina de La Toma, vereda del municipio de Suárez, Cauca. Sus dos hijos tienen algo en común: fueron criados solo por su madre, algo que en parte la ayudó a entender el esfuerzo de tantas madres solteras que tienen que sacar adelante a sus familias.
Su referente femenino no es ninguna mujer famosa, es su madre: una partera que ayudó en su comunidad a cientos de mujeres que no podían acceder a la medicina occidental; una mujer luchadora. Admira su sabiduría, tanto con las plantas, el territorio, como con lo que significa tener en la comunidad a su propia familia.
La precandidata presidencial por el Pacto Histórico (hoy vicepresidenta) le está pisando los talones a Petro en las encuestas al tiempo en que se ha posicionado como una voz visible de las mujeres, de las defensoras del medio ambiente y de las lideresas sociales. Esa notoriedad le ha arrebatado la tranquilidad a ella y su familia: las amenazas de muerte marcaron parte de lo que ha sido su lucha política y le han formado un carácter firme. Aun así, las dificultades no han sido impedimento para que pueda gozar del baile, de la rumba de diciembre, el mes en el que nació hace más de 40 años.
Durante toda la entrevista — entorpecida por la distancia, la pandemia y la mala señal de internet — Francia Márquez no paró de reír. A ella las adversidades no le han robado la alegría.
“La paz no es solamente una meta ni es un acuerdo, es una nueva manera de ver la realidad”: Vera Grabe
Cuando la revolución era un sueño, entre los años 60 y 70, Vera Grave encontró en el naciente Movimiento 19 de Abril (M-19) un grupo guerrillero de jóvenes en el que podría cumplir lo que anhelaba. Luchó por un cambio social y político, en tiempos de estructuras conservadoras, al lado de personajes históricos como Carlos Pizarro y Jaime Bateman. Conoce la voracidad de la guerra y la complejidad de la paz, pero con la última se siente más cómoda.
La busqué durante seis meses. La entrevisté dos veces, en tiempos de pandemia, a través de video llamadas. La primera cita fue cortés, reservada. Pensó que hablaríamos sobre el proceso de paz con las FARC. Cuando comprendió que el objetivo era conversar sobre su historia, la de una de una emblemática exguerrillera del M-19, concertamos una segunda entrevista, no sin hacerme saber que era difícil para ella recordar hechos puntuales de hace tantos años, pero que estaba dispuesta a repasar el pasado.
En la segunda conversación encontré a una mujer amistosa, simpática. Desbordada en relatos, de esos que cuentan las mujeres valientes que se atrevieron a cambiar la historia: pasó por la guerrilla, por el Congreso, por la maternidad, por el amor, por la tortura; conoce la desesperanza y la resiliencia. Es esa experiencia la que la lleva a reconocer el potencial de las mujeres en la reconstrucción de la sociedad.
“Tan pronto subió Duque, que detrás está Uribe, volvió otra vez esa cúpula militar que es amiga de toda la guerra sucia”: Diana Sánchez
Diana nunca tiene tiempo para hacer las cosas que le gustan, que no están en función de los demás. Leer literatura, poesía o ver una buena película se sale de su agenda diaria, porque el espíritu de lucha contra las injusticias está primero, por eso siempre se le ve apoyando labores comunitarias. Enamorada de sus dos hijos y de su compañero de vida, imagina detener todo y retirarse, dedicar su tiempo a la contemplación. A sus 55 años, esa idea todavía está aplazada, porque su esencia política y de defensa de los derechos humanos sigue siendo la guía para cumplir con el propósito de ayudar a quienes no pueden alzar su voz.
Es directora de la Asociación Minga, y fue coordinadora del Programa Somos Defensores, así como vocera política de la Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos (CCEEU). Al verla, la familiaridad impregna el ambiente. Es como hablar con alguien muy cercano que ha tenido que lidiar con lo más crudo del conflicto armado en Colombia. Su cabeza, que funciona a mil por segundo, la hace muy elocuente. Por momentos pareciera que tomara el rol de periodista y se preguntara a sí misma sobre lo que necesita contar.
Su voz aguda no deja entrever que durante mucho tiempo le costó confiar en sí misma y atreverse a hablar pese al mundo machista en el que creció y que luego enfrentó en su vida laboral. Con firmeza habla de los asesinatos extrajudiciales. Sin tapujos cuenta la dureza de la guerra y la responsabilidad del Estado en ella. La frialdad de los victimarios con los que ha tenido que dialogar es retratada en cada uno de sus recuerdos, que decidió narrar en su vieja oficina, en la calle 19 con carrera cuarta, un día gris en Bogotá.
*Ganadora en la tercera edición del Premio Nacional de Periodismo Mujeres, Paz y Seguridad
* * *
Consulte el especial multimedia completo aquí.